Según dijo Albert Einstein: “Dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo; y no estoy seguro de lo segundo”
Viendo la situación actual con más de 8 millones de contagios, más de 100.000 muertos y un número diario de muertes que debería ser inaceptable y, observando además, la actitud de parte de la sociedad y de parte de nuestros dirigentes es posible que Einstein no estuviera muy desacertado.
La banalización de la enfermedad, su intento de “gripalización” y de convertirlo en estos momentos en endemia (en lugar de pandemia), está haciendo que la relajación, en términos sanitarios, de la población esté tomando tintes verdaderamente alarmantes. La idea de que esta variante “es poca cosa” y “no va a pasar nada” no es totalmente cierta. A más número de infectados, mayor probabilidad de enfermedad grave, de ingresos en hospitales y UVIs, lo cual crea un mayor riesgo de nuevo colapso de nuestro Sistema Sanitario. Eso sin contar la enorme carga de trabajo que está soportando la maltratada Atención Primaria. Todo esto lleva al deterioro de la calidad asistencial en nuestro Sistema Nacional de Salud, el que debería ser la joya de la corona de nuestro estado de bienestar.
Mientras tanto, un ejército de médicos y otros profesionales sanitarios acuden todos los días a la trinchera desamparados y sin el apoyo necesario plantan cara a una enfermedad que ha puesto a la Humanidad al borde del precipicio. Es difícil entender como podemos dejar sin el apoyo necesario y lo que es peor, convertir en chivos expiatorios de nuestras decepciones y frustraciones a unos profesionales, sobre todo en Atención Primaria y servicios de Urgencias, que con uñas y dientes se defienden en una lucha sin cuartel viendo como las circunstancias les superan generándoles un agotamiento físico y emocional, que los lleva a perder la esperanza de que la situación revierta.
Pese a lo que nos quieren transmitir, aún no hemos vencido al virus y si no cambiamos nuestra actitud, no vamos a salir mejores ni mas fuertes, sino mas pobres y débiles y en un mundo de la inmediatez del “lo quiero ya”, en el que no somos capaces de renunciar a nuestras aspiraciones y deseos personales en favor del bien común. Es peligroso que no nos paremos a reflexionar qué nos estamos jugando. Si el nivel de estupidez es tal que no somos capaces de renunciar a nada, de no identificar que nos estamos jugando todo, tal vez, al final, no nos quede mas remedio que tener que renunciar al todo.
Tal vez deberían recordarnos que las cosas aún no están del todo bien, que debemos implicarnos. Que entre todos debemos ayudar a solucionar el problema. Como dijo Einstein: “Hay una fuerza más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad”. Por eso, pese a todo, nosotros seguiremos ahí, en la trinchera. No les dejaremos solos, esperando su apoyo y compresión. Solo de ese modo, con voluntad, solidaridad, generosidad y empatía podremos salir todos juntos de este embrollo en el que estamos.